El pasado cuatro de Diciembre tuvo lugar en Ciudad del Cabo el sorteo para el XIX Campeonato del Mundo de Fútbol, a celebrar en la República Sudafricana en los meses de Junio y Julio del inminente 2010.
Enseguida las cábalas, cruces y análisis fueron la común especie entre aficionados y prensa, que esperan con mal disimulado entusiasmo que la selección española consiga de una vez romper su maleficio en estas citas mundialistas.
Tiempo habrá hasta entonces de sopesar las posibilidades de nuestro combinado nacional, pero sería interesante detenernos en la poca conocida historia de nuestro equipo en los dieciocho campeonatos precedentes. Siendo un recorrido no demasiado brillante no es menos cierto que tiene retazos de épica, surrealismo, errores arbitrales y una terrorífica mala suerte.
Pasen y disfruten.
Hasta 1930 no se celebra el primer campeonato, tras innumerables problemas de la FIFA con los países asociados, que no se decidían a realizar el gran acontecimiento. Finalmente fue Uruguay la elegida, por aquello de sus triunfos olímpicos, y con una selección española que tenía una excelente oportunidad de realizar un gran torneo, con jugadores de primer nivel, como sería una constante en aquellos años. Desafortunadamente las presiones de los clubes, la excusa del largo viaje en barco y otras zarandajas hicieron que aquel equipo, como la mayoría de las grandes escuadras europeas no acudieran a Montevideo ese año. Los organizadores se ofrecieron a correr con todos los gastos, pero ni por esas. Ni Austria, ni Italia, ni Checoslovaquia, ni Alemania, ni Hungría cambiaron de parecer. España como país hermano tenía la doble obligación de presentarse en tierras charrúas, pero la delicada situación política hizo que tampoco hubiera una presión efectiva de la Corona ni del Gobierno.
De ese modo se quedaron en tierra los Zamora, Gaspar Rubio, Samitier, y la primera final fue un duelo ríoplatense imponiéndose Uruguay a Argentina por 4-2.
Italia fue la designada para que en 1934 se celebrara el segundo campeonato del Mundo. Esta vez ya no valían excusas geográficas, y las grandes potencias europeas se prepararon a conciencia para disputar el torneo...salvo las federaciones británicas, que seguían a lo suyo, sin volver a la FIFA y conformándose con amistosos y su campeonato doméstico. Tampoco acudió Uruguay, muy molesto por la espantada de cuatro años antes, pero sí Argentina (aunque con un equipo B por problemas internos) y Brasil, amén de toda la flor y nata europea.
España contaba en teoría con un excelente plantel, pero la prensa era enormemente pesimista, aunque los resultados previos no habían sido del todo malos y en la fase clasificatoria se había arrasado a Portugal por un espectacular 9-0. Aún así se comentaba que Zamora ya no era tan divino, que tenía ya treinta y tres años, que se quedaba pegado en la portería y no asustaba a los rivales como antaño...un derrotismo absurdo que se acrecentó cuando en el último partido de preparación se cayó en Mestalla 1-3 ante el Sunderland...
Para colmo de males el comité organizador dirimió los ocho cabezas de serie...y no estaba España.
Se jugaría por sistema de copa, con partidos directos de octavos, cuartos, semifinales y final. Es decir, si se perdía el primer partido, a casa, de ahí la indignación cuando se establecieron los cabezas de serie:Austria, Hungría, Brasil, Italia, Argentina, Alemania, Holanda y Checoslovaquia. No tenía ningún sentido poner a Holanda antes que a los nuestros, pero lo que más dolía era que estuviera Brasil entre los elegidos, aunque los cariocas se autoproclamaban como claros favoritos al triunfo.
De este modo los Zamora, Lángara, Gorostiza, Quincoces acudieron a tierras transalpinas dispuestos hacer historia y dejar bien claro cual era su verdadero potencial. Eso sí, a última hora un nuevo problema para el seleccionador Amadeo García de Salazar: Pedro Regueiro no obtenía el perceptivo permiso paterno, ya que estaba de exámenes...
El sorteo deparó que España se midiera a Brasil, los mismos que nos habían arrebatado la opción de cabeza de serie. Leonidas, Waldemar Brito o Patesko no tenían ninguna duda que su juego artístico y virtuoso se impondría con facilidad a esos españoles que no quisieron acudir cuatro años antes a Uruguay.
Aquel 27 de Mayo de 1934 en el Luigi Ferrari de Genova, España realizó una auténtica exhibición de fútbol vertical y de una rapidez asombrosa. A los 29 minutos de juego el marcador era ya de 3-0, con goles de Iraragorri y dos de Lángara. Los brasileños se veían incapaces de frenar esa avalancha de juego y goles, y cuando lograban enlazar alguna jugada de ataque se encontraban al Divino, ante los murmullos de admiración de la grada. Así el descanso no fue sino un un bálsamo para los sudamericanos. La segunda parte ya tuvo otro cariz, con una España jugando con tranquilidad, y unos cariocas que empezaron a hilvanar su juego, tanto que Leónidas recortó distancias a los 10 minutos, y de forma absurda se complica el encuentro cuando a la media hora se señala un claro penalty de Ciriaco a Waldemar. Éste mismo se encarga de lanzarlo, pero la portería se le hace minúscula ante la presencia del Miracoloso, sobrenombre con el que veneraban a Zamora en Italia, que mete los puños a ras de tierra y acaba con cualquier esperanza de los brasileiros.
Aquello fue de facto el final del partido, salvo algún chut intimidador de Lángara.3-1 definitivo y aquellos orgullosos atletas de "trajes brillantes y gorras más blancas" que desembarcaron para llevarse la Copa se vuelven a sus paradisiacas playas de Ipanema antes de lo previsto...
España tenía en realidad un equipo extraordinariamente compensado en todas sus líneas, y con jugadores de nivel internacional. Ricardo Zamora era el mejor portero del mundo desde su debut en 1920, aunque los checos insistían que su cancerbero Planicka estaba a su nivel (el Zamora del Este, era conocido por la afición europea), una pareja de centrales, Ciriaco y Quincoces, que jugaban de memoria, mediocampistas de brega como Cilaurren o Muguerza y rápidos extremos como era el caso de Lafuente y el Bala Roja Gorostiza, amén de auténticos genios del balón que respondían a los nombres de Luis Regueiro y José Iraragorri. El delantero centro era la guinda de toda esa maquinaria: Isidro Lángara, un ariete descomunal, que junto a Telmo Zarra y Pichichi forma el triunvirato de los goleadores hispanos.
El sorteo quiso que el rival en cuartos final fuera...Italia, la anfitriona, que había endosado siete goles a los Estados Unidos en octavos y que contaba con un equipo excepcional, reforzado además con dos ex-internacionales argentinos, Monti y Demaría, (en ambos caso su inscripción fue algo irregular). El mítico Giuseppe Meazza era el alma del equipo, lo mismo construyendo juego que goleando, y tenía la escolta eficaz de Orsi y Schiavio.
Ahí no se acababa Italia, ya que tenía una baza enorme...en el banquillo. Vittorio Pozzo era un entrenador de una capacidad táctica asombrosa, que rivalizaba en vanguardia futbolística con Hugo Meisl, el jefe supremo del Wunderteam austriaco. Pozzo le daba a Italia una enorme superioridad táctica sobre los rivales,ya que solía anular con sus interiores atrasados el juego de ataque del adversario.
El 31 de Mayo se enfrentaron España e Italia en el Giovanni Berta de Florencia, con más de cuarenta y cinco mil enfervorecidos tifosis, que ejercieron desde el primer momento una presión enorme desde la grada. El palco estaba presidido por Il Duce Mussolini, así que todos los condicionantes estaban listos para una victoria clara de los locales.
Pero nadie contaba con que España saliera dominando el partido, alternando una tranquilidad asombrosa en medio campo con ataques fulgurantes de toda la delantera a la meta de Combi. Aquello parecía de nuevo el partido ante Brasil, pero los italianos tenían un oficio enorme y a los quince minutos el juego ya estaba equilibrado, jugándose en ambas porterías. Lo preocupante para Italia era que Zamora no daba opción esa tarde, llegando a todos los balones que rondaran por su área, Jacinto Quincoces no daba cuartel a Meazza ni a Orsi... así en el minuto treinta y uno Lángara saca con picardía una falta, para ceder a Regueiro que lanza un chut ajustadísimo al palo izquierdo, batiendo a Combi y situando el 1-0.
Lo que pasó a partir de entonces forma parte de los mayores escándalos arbitrales de los Campeonatos. A punto de llegar al descanso Zamora se dispone a interceptar un centro peligroso de Orsi, siendo empujado y derribado por Schiavo, para que Ferrari marque a placer . El árbitro se dispone a señalar la falta y anular el tanto, cuando es rodeado por una nube de azzurri que le piden consultar con el linier.Sorprendentemente se realiza la consulta ¡Y se concede el gol!.
Los españoles no salen de su asombro, y llegan al descanso con la sensación de que les están birlando el partido...
La mejor forma de conjurar esa inquietud era ir a por la victoria desde la reanudación y no dar ninguna opción a los italianos...ni al árbitro. España hace una segunda parte maravillosa, con una Italia que apenas puede contragolpear y que ve como Lafuente hace lo que sería el 2-1, pero que es anulado por un inexistente fuera de juego... más tarde llegaría un claro penalty a Gorostiza no sancionado y para colmo de males los postes también se alían contra los nuestros, salvando dos goles cantados de Lángara y Gorostiza...como salvará Zamora a España en las dos únicas jugadas de peligro de los transalpinos...
La prórroga es inevitable, y en ella ya sólo existen los que visten de rojo. Italia se defiende como puede y además las ocasiones ya no son tan claras como en la segunda parte. 1-1 y a jugar en cuarenta y ocho horas un partido de desempate...
Aquello era casi un parte de guerra. Se había disputado con tal dureza, mal consentida por el referee, que por España quedaron fuera de combate siete de sus mejores hombres, entre ellos Zamora y Lángara, y cuatro por los italianos (Schiavio y Pizziolo las más sensibles).
De nuevo cita en el Giovanni Berta de Florencia y de nuevo un partido emocionantísimo y sin tregua, donde España tiene la fatalidad de la lesión de Bosch a los tres minutos (hasta 1968 no se permitirían los cambios en competición oficial) por lo que juega todo el partido con diez hombres...y con el marcador en contra, ya que Meazza conecta un testarazo que bate irremisiblemente a Nogués, el suplente de Zamora. Los españoles protestan falta previa, pero es una jugada discutible, nada que ver con el escándalo de dos días antes.
A partir de ahí, pese a la inferioridad numérica España realiza un enorme encuentro, e incluso logra por dos veces anotar en la meta de Combi...pero los tantos de Regueiro y Quincoces son anulados por fuera de juego, uno más claro que otro.
Al terminar el publico se pone en pie, entusiasmado por el triunfo de los suyos, pero admirado por los dos partidos que ha hecho España. Ya nadie podrá discutir que Zamora seguía siendo el mejor portero del Mundo y que España tenía que haber sido cabeza de serie, y sobre todo que el primer partido había sido un escándalo de tal naturaleza que empañaba lo que pudiera hacer Italia en el resto del campeonato...
Que no fue otra cosa que ganarlo, imponiéndose en la final a Checoslovaquia por 2-1 en un partido en el que el árbitro no fue protagonista, aunque algo tuvo que ver en la eliminación de los ases austriacos en semifinales...
La actuación hispana tuvo un enorme eco en la convulsa sociedad española de 1934. Fueron recibidos como héroes siéndoles otorgada la Orden Civil de la República, en sus diferentes categorías de Collar, Banda, Placa, Encomienda e Insignia por el presidente Don Niceto Alcalá Zamora.
La mayoría de esos jugadores y el propio seleccionador tenían un regusto agridulce, y confesaban que debían haber ganado ya no a Italia, sino el mismo Campeonato, pero al mismo tiempo se conjuraban ilusionados ya que en 1938 estarían en disposición para intentarlo de nuevo, en una esperanza que ninguno de ellos podía entrever que sería una quimera, tragicamente imposible...
Enseguida las cábalas, cruces y análisis fueron la común especie entre aficionados y prensa, que esperan con mal disimulado entusiasmo que la selección española consiga de una vez romper su maleficio en estas citas mundialistas.
Tiempo habrá hasta entonces de sopesar las posibilidades de nuestro combinado nacional, pero sería interesante detenernos en la poca conocida historia de nuestro equipo en los dieciocho campeonatos precedentes. Siendo un recorrido no demasiado brillante no es menos cierto que tiene retazos de épica, surrealismo, errores arbitrales y una terrorífica mala suerte.
Pasen y disfruten.
Hasta 1930 no se celebra el primer campeonato, tras innumerables problemas de la FIFA con los países asociados, que no se decidían a realizar el gran acontecimiento. Finalmente fue Uruguay la elegida, por aquello de sus triunfos olímpicos, y con una selección española que tenía una excelente oportunidad de realizar un gran torneo, con jugadores de primer nivel, como sería una constante en aquellos años. Desafortunadamente las presiones de los clubes, la excusa del largo viaje en barco y otras zarandajas hicieron que aquel equipo, como la mayoría de las grandes escuadras europeas no acudieran a Montevideo ese año. Los organizadores se ofrecieron a correr con todos los gastos, pero ni por esas. Ni Austria, ni Italia, ni Checoslovaquia, ni Alemania, ni Hungría cambiaron de parecer. España como país hermano tenía la doble obligación de presentarse en tierras charrúas, pero la delicada situación política hizo que tampoco hubiera una presión efectiva de la Corona ni del Gobierno.
De ese modo se quedaron en tierra los Zamora, Gaspar Rubio, Samitier, y la primera final fue un duelo ríoplatense imponiéndose Uruguay a Argentina por 4-2.
Italia fue la designada para que en 1934 se celebrara el segundo campeonato del Mundo. Esta vez ya no valían excusas geográficas, y las grandes potencias europeas se prepararon a conciencia para disputar el torneo...salvo las federaciones británicas, que seguían a lo suyo, sin volver a la FIFA y conformándose con amistosos y su campeonato doméstico. Tampoco acudió Uruguay, muy molesto por la espantada de cuatro años antes, pero sí Argentina (aunque con un equipo B por problemas internos) y Brasil, amén de toda la flor y nata europea.
España contaba en teoría con un excelente plantel, pero la prensa era enormemente pesimista, aunque los resultados previos no habían sido del todo malos y en la fase clasificatoria se había arrasado a Portugal por un espectacular 9-0. Aún así se comentaba que Zamora ya no era tan divino, que tenía ya treinta y tres años, que se quedaba pegado en la portería y no asustaba a los rivales como antaño...un derrotismo absurdo que se acrecentó cuando en el último partido de preparación se cayó en Mestalla 1-3 ante el Sunderland...
Para colmo de males el comité organizador dirimió los ocho cabezas de serie...y no estaba España.
Se jugaría por sistema de copa, con partidos directos de octavos, cuartos, semifinales y final. Es decir, si se perdía el primer partido, a casa, de ahí la indignación cuando se establecieron los cabezas de serie:Austria, Hungría, Brasil, Italia, Argentina, Alemania, Holanda y Checoslovaquia. No tenía ningún sentido poner a Holanda antes que a los nuestros, pero lo que más dolía era que estuviera Brasil entre los elegidos, aunque los cariocas se autoproclamaban como claros favoritos al triunfo.
De este modo los Zamora, Lángara, Gorostiza, Quincoces acudieron a tierras transalpinas dispuestos hacer historia y dejar bien claro cual era su verdadero potencial. Eso sí, a última hora un nuevo problema para el seleccionador Amadeo García de Salazar: Pedro Regueiro no obtenía el perceptivo permiso paterno, ya que estaba de exámenes...
El sorteo deparó que España se midiera a Brasil, los mismos que nos habían arrebatado la opción de cabeza de serie. Leonidas, Waldemar Brito o Patesko no tenían ninguna duda que su juego artístico y virtuoso se impondría con facilidad a esos españoles que no quisieron acudir cuatro años antes a Uruguay.
Aquel 27 de Mayo de 1934 en el Luigi Ferrari de Genova, España realizó una auténtica exhibición de fútbol vertical y de una rapidez asombrosa. A los 29 minutos de juego el marcador era ya de 3-0, con goles de Iraragorri y dos de Lángara. Los brasileños se veían incapaces de frenar esa avalancha de juego y goles, y cuando lograban enlazar alguna jugada de ataque se encontraban al Divino, ante los murmullos de admiración de la grada. Así el descanso no fue sino un un bálsamo para los sudamericanos. La segunda parte ya tuvo otro cariz, con una España jugando con tranquilidad, y unos cariocas que empezaron a hilvanar su juego, tanto que Leónidas recortó distancias a los 10 minutos, y de forma absurda se complica el encuentro cuando a la media hora se señala un claro penalty de Ciriaco a Waldemar. Éste mismo se encarga de lanzarlo, pero la portería se le hace minúscula ante la presencia del Miracoloso, sobrenombre con el que veneraban a Zamora en Italia, que mete los puños a ras de tierra y acaba con cualquier esperanza de los brasileiros.
Aquello fue de facto el final del partido, salvo algún chut intimidador de Lángara.3-1 definitivo y aquellos orgullosos atletas de "trajes brillantes y gorras más blancas" que desembarcaron para llevarse la Copa se vuelven a sus paradisiacas playas de Ipanema antes de lo previsto...
España tenía en realidad un equipo extraordinariamente compensado en todas sus líneas, y con jugadores de nivel internacional. Ricardo Zamora era el mejor portero del mundo desde su debut en 1920, aunque los checos insistían que su cancerbero Planicka estaba a su nivel (el Zamora del Este, era conocido por la afición europea), una pareja de centrales, Ciriaco y Quincoces, que jugaban de memoria, mediocampistas de brega como Cilaurren o Muguerza y rápidos extremos como era el caso de Lafuente y el Bala Roja Gorostiza, amén de auténticos genios del balón que respondían a los nombres de Luis Regueiro y José Iraragorri. El delantero centro era la guinda de toda esa maquinaria: Isidro Lángara, un ariete descomunal, que junto a Telmo Zarra y Pichichi forma el triunvirato de los goleadores hispanos.
El sorteo quiso que el rival en cuartos final fuera...Italia, la anfitriona, que había endosado siete goles a los Estados Unidos en octavos y que contaba con un equipo excepcional, reforzado además con dos ex-internacionales argentinos, Monti y Demaría, (en ambos caso su inscripción fue algo irregular). El mítico Giuseppe Meazza era el alma del equipo, lo mismo construyendo juego que goleando, y tenía la escolta eficaz de Orsi y Schiavio.
Ahí no se acababa Italia, ya que tenía una baza enorme...en el banquillo. Vittorio Pozzo era un entrenador de una capacidad táctica asombrosa, que rivalizaba en vanguardia futbolística con Hugo Meisl, el jefe supremo del Wunderteam austriaco. Pozzo le daba a Italia una enorme superioridad táctica sobre los rivales,ya que solía anular con sus interiores atrasados el juego de ataque del adversario.
El 31 de Mayo se enfrentaron España e Italia en el Giovanni Berta de Florencia, con más de cuarenta y cinco mil enfervorecidos tifosis, que ejercieron desde el primer momento una presión enorme desde la grada. El palco estaba presidido por Il Duce Mussolini, así que todos los condicionantes estaban listos para una victoria clara de los locales.
Pero nadie contaba con que España saliera dominando el partido, alternando una tranquilidad asombrosa en medio campo con ataques fulgurantes de toda la delantera a la meta de Combi. Aquello parecía de nuevo el partido ante Brasil, pero los italianos tenían un oficio enorme y a los quince minutos el juego ya estaba equilibrado, jugándose en ambas porterías. Lo preocupante para Italia era que Zamora no daba opción esa tarde, llegando a todos los balones que rondaran por su área, Jacinto Quincoces no daba cuartel a Meazza ni a Orsi... así en el minuto treinta y uno Lángara saca con picardía una falta, para ceder a Regueiro que lanza un chut ajustadísimo al palo izquierdo, batiendo a Combi y situando el 1-0.
Lo que pasó a partir de entonces forma parte de los mayores escándalos arbitrales de los Campeonatos. A punto de llegar al descanso Zamora se dispone a interceptar un centro peligroso de Orsi, siendo empujado y derribado por Schiavo, para que Ferrari marque a placer . El árbitro se dispone a señalar la falta y anular el tanto, cuando es rodeado por una nube de azzurri que le piden consultar con el linier.Sorprendentemente se realiza la consulta ¡Y se concede el gol!.
Los españoles no salen de su asombro, y llegan al descanso con la sensación de que les están birlando el partido...
La mejor forma de conjurar esa inquietud era ir a por la victoria desde la reanudación y no dar ninguna opción a los italianos...ni al árbitro. España hace una segunda parte maravillosa, con una Italia que apenas puede contragolpear y que ve como Lafuente hace lo que sería el 2-1, pero que es anulado por un inexistente fuera de juego... más tarde llegaría un claro penalty a Gorostiza no sancionado y para colmo de males los postes también se alían contra los nuestros, salvando dos goles cantados de Lángara y Gorostiza...como salvará Zamora a España en las dos únicas jugadas de peligro de los transalpinos...
La prórroga es inevitable, y en ella ya sólo existen los que visten de rojo. Italia se defiende como puede y además las ocasiones ya no son tan claras como en la segunda parte. 1-1 y a jugar en cuarenta y ocho horas un partido de desempate...
Aquello era casi un parte de guerra. Se había disputado con tal dureza, mal consentida por el referee, que por España quedaron fuera de combate siete de sus mejores hombres, entre ellos Zamora y Lángara, y cuatro por los italianos (Schiavio y Pizziolo las más sensibles).
De nuevo cita en el Giovanni Berta de Florencia y de nuevo un partido emocionantísimo y sin tregua, donde España tiene la fatalidad de la lesión de Bosch a los tres minutos (hasta 1968 no se permitirían los cambios en competición oficial) por lo que juega todo el partido con diez hombres...y con el marcador en contra, ya que Meazza conecta un testarazo que bate irremisiblemente a Nogués, el suplente de Zamora. Los españoles protestan falta previa, pero es una jugada discutible, nada que ver con el escándalo de dos días antes.
A partir de ahí, pese a la inferioridad numérica España realiza un enorme encuentro, e incluso logra por dos veces anotar en la meta de Combi...pero los tantos de Regueiro y Quincoces son anulados por fuera de juego, uno más claro que otro.
Al terminar el publico se pone en pie, entusiasmado por el triunfo de los suyos, pero admirado por los dos partidos que ha hecho España. Ya nadie podrá discutir que Zamora seguía siendo el mejor portero del Mundo y que España tenía que haber sido cabeza de serie, y sobre todo que el primer partido había sido un escándalo de tal naturaleza que empañaba lo que pudiera hacer Italia en el resto del campeonato...
Que no fue otra cosa que ganarlo, imponiéndose en la final a Checoslovaquia por 2-1 en un partido en el que el árbitro no fue protagonista, aunque algo tuvo que ver en la eliminación de los ases austriacos en semifinales...
La actuación hispana tuvo un enorme eco en la convulsa sociedad española de 1934. Fueron recibidos como héroes siéndoles otorgada la Orden Civil de la República, en sus diferentes categorías de Collar, Banda, Placa, Encomienda e Insignia por el presidente Don Niceto Alcalá Zamora.
La mayoría de esos jugadores y el propio seleccionador tenían un regusto agridulce, y confesaban que debían haber ganado ya no a Italia, sino el mismo Campeonato, pero al mismo tiempo se conjuraban ilusionados ya que en 1938 estarían en disposición para intentarlo de nuevo, en una esperanza que ninguno de ellos podía entrever que sería una quimera, tragicamente imposible...