lunes, 21 de diciembre de 2009

Los Mundiales de la Roja (I)

El pasado cuatro de Diciembre tuvo lugar en Ciudad del Cabo el sorteo para el XIX Campeonato del Mundo de Fútbol, a celebrar en la República Sudafricana en los meses de Junio y Julio del inminente 2010.
Enseguida las cábalas, cruces y análisis fueron la común especie entre aficionados y prensa, que esperan con mal disimulado entusiasmo que la selección española consiga de una vez romper su maleficio en estas citas mundialistas.

Tiempo habrá hasta entonces de sopesar las posibilidades de nuestro combinado nacional, pero sería interesante detenernos en la poca conocida historia de nuestro equipo en los dieciocho campeonatos precedentes. Siendo un recorrido no demasiado brillante no es menos cierto que tiene retazos de épica, surrealismo, errores arbitrales y una terrorífica mala suerte.
Pasen y disfruten.

Hasta 1930 no se celebra el primer campeonato, tras innumerables problemas de la FIFA con los países asociados, que no se decidían a realizar el gran acontecimiento. Finalmente fue Uruguay la elegida, por aquello de sus triunfos olímpicos, y con una selección española que tenía una excelente oportunidad de realizar un gran torneo, con jugadores de primer nivel, como sería una constante en aquellos años. Desafortunadamente las presiones de los clubes, la excusa del largo viaje en barco y otras zarandajas hicieron que aquel equipo, como la mayoría de las grandes escuadras europeas no acudieran a Montevideo ese año. Los organizadores se ofrecieron a correr con todos los gastos, pero ni por esas. Ni Austria, ni Italia, ni Checoslovaquia, ni Alemania, ni Hungría cambiaron de parecer. España como país hermano tenía la doble obligación de presentarse en tierras charrúas, pero la delicada situación política hizo que tampoco hubiera una presión efectiva de la Corona ni del Gobierno.
De ese modo se quedaron en tierra los Zamora, Gaspar Rubio, Samitier, y la primera final fue un duelo ríoplatense imponiéndose Uruguay a Argentina por 4-2.

Italia fue la designada para que en 1934 se celebrara el segundo campeonato del Mundo. Esta vez ya no valían excusas geográficas, y las grandes potencias europeas se prepararon a conciencia para disputar el torneo...salvo las federaciones británicas, que seguían a lo suyo, sin volver a la FIFA y conformándose con amistosos y su campeonato doméstico. Tampoco acudió Uruguay, muy molesto por la espantada de cuatro años antes, pero sí Argentina (aunque con un equipo B por problemas internos) y Brasil, amén de toda la flor y nata europea.
España contaba en teoría con un excelente plantel, pero la prensa era enormemente pesimista, aunque los resultados previos no habían sido del todo malos y en la fase clasificatoria se había arrasado a Portugal por un espectacular 9-0. Aún así se comentaba que Zamora ya no era tan divino, que tenía ya treinta y tres años, que se quedaba pegado en la portería y no asustaba a los rivales como antaño...un derrotismo absurdo que se acrecentó cuando en el último partido de preparación se cayó en Mestalla 1-3 ante el Sunderland...
Para colmo de males el comité organizador dirimió los ocho cabezas de serie...y no estaba España.
Se jugaría por sistema de copa, con partidos directos de octavos, cuartos, semifinales y final. Es decir, si se perdía el primer partido, a casa, de ahí la indignación cuando se establecieron los cabezas de serie:Austria, Hungría, Brasil, Italia, Argentina, Alemania, Holanda y Checoslovaquia. No tenía ningún sentido poner a Holanda antes que a los nuestros, pero lo que más dolía era que estuviera Brasil entre los elegidos, aunque los cariocas se autoproclamaban como claros favoritos al triunfo.

De este modo los Zamora, Lángara, Gorostiza, Quincoces acudieron a tierras transalpinas dispuestos hacer historia y dejar bien claro cual era su verdadero potencial. Eso sí, a última hora un nuevo problema para el seleccionador Amadeo García de Salazar: Pedro Regueiro no obtenía el perceptivo permiso paterno, ya que estaba de exámenes...
El sorteo deparó que España se midiera a Brasil, los mismos que nos habían arrebatado la opción de cabeza de serie. Leonidas, Waldemar Brito o Patesko no tenían ninguna duda que su juego artístico y virtuoso se impondría con facilidad a esos españoles que no quisieron acudir cuatro años antes a Uruguay.
Aquel 27 de Mayo de 1934 en el Luigi Ferrari de Genova, España realizó una auténtica exhibición de fútbol vertical y de una rapidez asombrosa. A los 29 minutos de juego el marcador era ya de 3-0, con goles de Iraragorri y dos de Lángara. Los brasileños se veían incapaces de frenar esa avalancha de juego y goles, y cuando lograban enlazar alguna jugada de ataque se encontraban al Divino, ante los murmullos de admiración de la grada. Así el descanso no fue sino un un bálsamo para los sudamericanos. La segunda parte ya tuvo otro cariz, con una España jugando con tranquilidad, y unos cariocas que empezaron a hilvanar su juego, tanto que Leónidas recortó distancias a los 10 minutos, y de forma absurda se complica el encuentro cuando a la media hora se señala un claro penalty de Ciriaco a Waldemar. Éste mismo se encarga de lanzarlo, pero la portería se le hace minúscula ante la presencia del Miracoloso, sobrenombre con el que veneraban a Zamora en Italia, que mete los puños a ras de tierra y acaba con cualquier esperanza de los brasileiros.
Aquello fue de facto el final del partido, salvo algún chut intimidador de Lángara.3-1 definitivo y aquellos orgullosos atletas de "trajes brillantes y gorras más blancas" que desembarcaron para llevarse la Copa se vuelven a sus paradisiacas playas de Ipanema antes de lo previsto...

España tenía en realidad un equipo extraordinariamente compensado en todas sus líneas, y con jugadores de nivel internacional. Ricardo Zamora era el mejor portero del mundo desde su debut en 1920, aunque los checos insistían que su cancerbero Planicka estaba a su nivel (el Zamora del Este, era conocido por la afición europea), una pareja de centrales, Ciriaco y Quincoces, que jugaban de memoria, mediocampistas de brega como Cilaurren o Muguerza y rápidos extremos como era el caso de Lafuente y el Bala Roja Gorostiza, amén de auténticos genios del balón que respondían a los nombres de Luis Regueiro y José Iraragorri. El delantero centro era la guinda de toda esa maquinaria: Isidro Lángara, un ariete descomunal, que junto a Telmo Zarra y Pichichi forma el triunvirato de los goleadores hispanos.

El sorteo quiso que el rival en cuartos final fuera...Italia, la anfitriona, que había endosado siete goles a los Estados Unidos en octavos y que contaba con un equipo excepcional, reforzado además con dos ex-internacionales argentinos, Monti y Demaría, (en ambos caso su inscripción fue algo irregular). El mítico Giuseppe Meazza era el alma del equipo, lo mismo construyendo juego que goleando, y tenía la escolta eficaz de Orsi y Schiavio.
Ahí no se acababa Italia, ya que tenía una baza enorme...en el banquillo. Vittorio Pozzo era un entrenador de una capacidad táctica asombrosa, que rivalizaba en vanguardia futbolística con Hugo Meisl, el jefe supremo del Wunderteam austriaco. Pozzo le daba a Italia una enorme superioridad táctica sobre los rivales,ya que solía anular con sus interiores atrasados el juego de ataque del adversario.
El 31 de Mayo se enfrentaron España e Italia en el Giovanni Berta de Florencia, con más de cuarenta y cinco mil enfervorecidos tifosis, que ejercieron desde el primer momento una presión enorme desde la grada. El palco estaba presidido por Il Duce Mussolini, así que todos los condicionantes estaban listos para una victoria clara de los locales.
Pero nadie contaba con que España saliera dominando el partido, alternando una tranquilidad asombrosa en medio campo con ataques fulgurantes de toda la delantera a la meta de Combi. Aquello parecía de nuevo el partido ante Brasil, pero los italianos tenían un oficio enorme y a los quince minutos el juego ya estaba equilibrado, jugándose en ambas porterías. Lo preocupante para Italia era que Zamora no daba opción esa tarde, llegando a todos los balones que rondaran por su área, Jacinto Quincoces no daba cuartel a Meazza ni a Orsi... así en el minuto treinta y uno Lángara saca con picardía una falta, para ceder a Regueiro que lanza un chut ajustadísimo al palo izquierdo, batiendo a Combi y situando el 1-0.
Lo que pasó a partir de entonces forma parte de los mayores escándalos arbitrales de los Campeonatos. A punto de llegar al descanso Zamora se dispone a interceptar un centro peligroso de Orsi, siendo empujado y derribado por Schiavo, para que Ferrari marque a placer . El árbitro se dispone a señalar la falta y anular el tanto, cuando es rodeado por una nube de azzurri que le piden consultar con el linier.Sorprendentemente se realiza la consulta ¡Y se concede el gol!.
Los españoles no salen de su asombro, y llegan al descanso con la sensación de que les están birlando el partido...
La mejor forma de conjurar esa inquietud era ir a por la victoria desde la reanudación y no dar ninguna opción a los italianos...ni al árbitro. España hace una segunda parte maravillosa, con una Italia que apenas puede contragolpear y que ve como Lafuente hace lo que sería el 2-1, pero que es anulado por un inexistente fuera de juego... más tarde llegaría un claro penalty a Gorostiza no sancionado y para colmo de males los postes también se alían contra los nuestros, salvando dos goles cantados de Lángara y Gorostiza...como salvará Zamora a España en las dos únicas jugadas de peligro de los transalpinos...
La prórroga es inevitable, y en ella ya sólo existen los que visten de rojo. Italia se defiende como puede y además las ocasiones ya no son tan claras como en la segunda parte. 1-1 y a jugar en cuarenta y ocho horas un partido de desempate...

Aquello era casi un parte de guerra. Se había disputado con tal dureza, mal consentida por el referee, que por España quedaron fuera de combate siete de sus mejores hombres, entre ellos Zamora y Lángara, y cuatro por los italianos (Schiavio y Pizziolo las más sensibles).
De nuevo cita en el Giovanni Berta de Florencia y de nuevo un partido emocionantísimo y sin tregua, donde España tiene la fatalidad de la lesión de Bosch a los tres minutos (hasta 1968 no se permitirían los cambios en competición oficial) por lo que juega todo el partido con diez hombres...y con el marcador en contra, ya que Meazza conecta un testarazo que bate irremisiblemente a Nogués, el suplente de Zamora. Los españoles protestan falta previa, pero es una jugada discutible, nada que ver con el escándalo de dos días antes.
A partir de ahí, pese a la inferioridad numérica España realiza un enorme encuentro, e incluso logra por dos veces anotar en la meta de Combi...pero los tantos de Regueiro y Quincoces son anulados por fuera de juego, uno más claro que otro.
Al terminar el publico se pone en pie, entusiasmado por el triunfo de los suyos, pero admirado por los dos partidos que ha hecho España. Ya nadie podrá discutir que Zamora seguía siendo el mejor portero del Mundo y que España tenía que haber sido cabeza de serie, y sobre todo que el primer partido había sido un escándalo de tal naturaleza que empañaba lo que pudiera hacer Italia en el resto del campeonato...
Que no fue otra cosa que ganarlo, imponiéndose en la final a Checoslovaquia por 2-1 en un partido en el que el árbitro no fue protagonista, aunque algo tuvo que ver en la eliminación de los ases austriacos en semifinales...

La actuación hispana tuvo un enorme eco en la convulsa sociedad española de 1934. Fueron recibidos como héroes siéndoles otorgada la Orden Civil de la República, en sus diferentes categorías de Collar, Banda, Placa, Encomienda e Insignia por el presidente Don Niceto Alcalá Zamora.
La mayoría de esos jugadores y el propio seleccionador tenían un regusto agridulce, y confesaban que debían haber ganado ya no a Italia, sino el mismo Campeonato, pero al mismo tiempo se conjuraban ilusionados ya que en 1938 estarían en disposición para intentarlo de nuevo, en una esperanza que ninguno de ellos podía entrever que sería una quimera, tragicamente imposible...

martes, 8 de diciembre de 2009

Un director denostado, una película maldita



Hace unos días tuve la ocasión de disfrutar de la última fantasía de Roland Emmerich, 2012, una excelente muestra del cine entretenimiento, sazonada con una producción impecable, un derroche de millones en efectos especiales, pero también un guión bien pergeñado y unos actores con oficio (impagable Woody Harrelson en su papel de hippie conspiranoico, inspirado en el Max Fenning de los Expedientes X), en suma una buena oportunidad para pasar un buen rato en el cine.

Esta opinión tan simple y creo que atinada es muy difícil que se pueda leer en cualquier medio, especializado o no. Es evidente, 2012 no es el Amanecer de Murnau, ni los Cuentos de Mizoguchi, ni tan siquiera El planeta de los simios de Schaffner...ni creo que lo pretenda, pero tampoco abundan filmes como los citados en la cartelera.
Da igual, Emmerich tiene el extraño privilegio de ser el cineasta de éxito más vilipendiado de la historia del cine y todo ello, aunque arrastre toda su filmografía, es debido a una sola película, a una sola obra, que todavía provoca alaridos hostiles cuando se menciona.


En 1996 se estrenó Independence day, el auténtico suceso cinematográfico de ese año. El éxito fue arrollador,recaudando 800 millones de dolares en todo el mundo, y consiguiendo el oscar a los mejores efectos especiales.
Y también consiguió las críticas más devastadoras que uno recuerda, (descerebrada, fascista,aburrida, patriotera, son algunos de los epítetos que todavía recuerdo a vuela pluma) generando un sentimiento casi unánime en los medi
os. Incluso los estudiosos del fenómeno ovni mostraron su malestar ante el producto, como si fuera la primera vez que se mostrara en el cine una invasión alienígena, o vaya usted a saber por qué...
Creo que ese rechazo de las élites tiene una causa muy definida, el papel del presidente Whitmore, que en plena crisis planetaria hace honor a su condición de comandante en jefe del ejercito norteaméricano, (algo perfectamente ensamblado en el guión, ya que el mandatario es un héroe de guerra, no un burócrata lo cual si hubiera sido irrisible), y no duda en pilotar un caza en tan excepcional coyuntura.
A partir de ahí, cualquier crítica que se precie debe mostrar mofa o irritación ante esa escena, despachando el resto del film con alguna ocurrencia...

Incluso cuando se estrenó El día
de mañana, otra película no desdeñable, quedaban rescoldos de ese odio atávico al bueno de Roland, como demuestran las lindezas que le dedicaron algunas plumas de prestigio (la de Dirigido por... sigue siendo antológica, con expresiones que casi rozaban el delito de injurias).

En fin, el tiempo pone las cosas en su sitio y ha tenido que ser alguien que sabe lo que es el cine de ciencia-ficción como Steven Spielberg, quien haya tenido que romper una lanza por Independence day, añadiendo que esa cinta le obligó a modificar su última entrega de Indiana Jones ya que se veía incapaz de logra una invasión alienígena tan lograda como la de Emmerich.
Y es que hay momentos que el alemán se asemeja al mejor Spielberg de sus primeros años, con esa mixtura acción/humor y esos homenajes a la más estimulante Serie B de los años cincuenta.


(Sin olvidar un último y poco comentado efecto colateral. Y es que sin proponérselo el estreno de Independence day alumbró el nacimiento del personaje de Pepe Cahiers, quien ya en su primera viñeta realiza toda una declaración de intenciones del ambiente generado por el film...
)

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