domingo, 30 de octubre de 2011

Invictus!


A mediados de los años ochenta empezó a emitirse por TVE, los sábados por la tarde, un excelente programa deportivo llamado Estadio 2, presentado por Olga Viza, que básicamente alternaba reportajes con transmisiones polideportivas del fin de semana.

De ese modo, en el invierno de 1987, una de las secciones estrellas fue el Torneo V Naciones de rugby, un deporte del que lo desconocía todo, y dicho sea de paso, no me atraía en absoluto; pero me imagino que dada la hora de emisión, y que no me interesaría la película que a esa hora habría por el primer canal...pues empecé a seguir el torneo de ese año. Y la verdad es que quedé fascinado de ese juego, de sus reglas, como el hecho de que sólo esté permitido el pase hacia atrás (algo que sobrevive de forma tangencial en el fútbol con la norma del fuera de juego) y la nobleza y mística que transmitía ese juego...y de la liturgia que rezumaba desde que los equipos saltaban al campo. Era, es, emotivo, espectacular, la interpretación de los himnos, ver a fornidos galeses llorar lágrimas como puños mientras sonaban los acordes del Tierra de mis mayores, o altivos ingleses entonar su Dios salve a la Reina...
Ese año vi todos los partidos que emitieron, y quedé enamorado de la selección francesa, que ganó todos los encuentros del torneo, con una escuadra que practicaba lo que se llamaba el rugby champagne, con juego a la mano, mucho pase, plasticidad...muy alejado del juego al choque de los ingleses...sólo la magia galesa era capaz de hacerles frente, y es que ese equipo galo era una maravilla...Serge Blanco, Phillip Sella, Patrice Lagisquet, Didier Camberabero...era todo un ballet, una coreografía, de pases, con un balón oval que se movía con una precisión, con una belleza fuera de lo común...
Al finalizar los partidos, los dos equipos se abrazaban, se felicitaban, incluso el perdedor hacía pasillo al victorioso...nadie protestaba al arbitro...si alguno se desmandaba, el referee los llamaba a capítulo, y se daban la mano, con nobleza, con caballerosidad..la esencia del fair play, que tanto se añora en el balompié.

Terminó ese V Naciones, y comentaron en las transmisiones que en los meses  de Mayo y Junio se disputaría en Australia y Nueva Zelanda el primer campeonato del mundo...¿Nueva Zelanda?, ¿Australia? había oído hablar de los All Blacks, pero yo los tomaba como unos Globertrotters o similar, algo de exhibición más que otra cosa... en unos meses, las potencias del sur,(Sudáfrica estaba sancionada por el apartheid) esperaban a los del norte...

Entonces me topé de bruces con la realidad. Una tarde, volviendo de clase, a la altura de la calle Obispo Hurtado, me detuve ante el escaparate de un establecimiento de electrodomésticos, y en uno de los televisores conectado al satélite, se veía un partido de rugby. Me fijé, y era Twickenham, la meca de los ingleses, del XV de la Rosa...estaban de gira los neozelandeses, los All Blacks, y cuando miré el marcador quedé absorto y estupefacto...los del sur, los de las antípodas, ganaban por 0-21 o algo así, aquello era una marea negra, un vendaval de velocidad, de fuerza y empuje. Ese equipo movía el balón con la elegancia francesa, eran más fuertes que los ingleses, y corrían como atletas del hectómetro.  

Dadas las diferencias horarias, y que el Estadio 2 era semanal, la cobertura de aquel primer Mundial consistía en ofrecer cada sábado en diferido el encuentro más atractivo de la jornada, y un resumen de lo más importante que había ocurrido en esos días. 
Ya desde el primer momento todas las apuestas hablaban, y no paraban, de un final oceánica, entre los dos anfitriones, quedando las opciones europeas relegadas a la medalla de bronce...


De ese modo, cada semana, cada sábado a las cuatro de la tarde disfrutaba de un sensacional partido, y de las mejores imágenes del resto...Australia y Nueva Zelanda, All Blacks y Wallabies se enseñoreaban, aplastaban a sus rivales, ya fueran Inglaterra, Escocia o Irlanda, y las semifinales ya estaban servidas, como trámite obligado para que los dos de las antípodas se disputaran el cetro, el domino planetario del balón oval.

Australia-Francia y Nueva Zelanda-Gales, así había quedado el cuadro, así habían quedado las semifinales, y un sábado 13 de Junio de 1987, Olga Viza abría Estadio 2, más o menos de esta manera:  
  
Señores, abróchense los cinturones y prepárense a disfrutar. Hasta hace unas horas tenía el honor de ser considerado el mejor encuentro de rugby de la historia aquel mítico choque de 1973 entre los Barbarians (selección de los mejores jugadores que disputan las ligas británicas, independientemente de su nacionalidad) y los All Blacks. Posiblemente, lo que van a ver a continuación, supere la leyenda de ese día. 

Olga Viza no había exagerado. Los franceses, los del gallo, que habían sufrido una salida en tromba de los wallabies, con un 9-0 en los primeros minutos, y ya sólo un 15-12 al descanso, descorcharon la mejor muestra de su rugby champagne, moviendo el balón, circulando el oval, superando en juego la fuerza y empuje de los australianos, que pese a todo, y merced al acierto de ese pateador prodigioso que era Michael Lynagh, ganaban 24-23, a falta de sólo cuatro minutos, y además con la ventaja de una touch, ya en la linea de veintidós gala...lo que ocurrió a partir de ese saque fue la espuma más brillante, los minutos más gloriosos de aquella generación de ensueño...Sella, Camberabero, Lagisquet...se hicieron con el balón...movieron, pasaron, corrieron...y Serge Blanco hizo un ensayo que aun se  recuerda...transformación posterior de Camberabero, y 24-30 postrero para los azules, que se colaban en la final, ante la desolación de los de oro y verde.

En la otra semifinal los All Blacks aplastaron a los heróicos galeses, por un 49-6 que lo decía ya todo...en una semana, la gran final Nueva Zelanda-Francia.

Un sábado después, me acomodé ante el televisor, de nuevo a las cuatro de la tarde, pensando que aquellos exquisitos bleu, podrían darles un  susto a los anfitriones...pero esta vez no hubo margen a la sorpresa, y desde la haka, desde la danza guerrera con que los de negro inician su ritual, desplegaron su juego vertical, veloz, relampagueante, a la mano también, superando por 29-9 a unos europeos, que todo hay que decirlo, estaban agotados tras el esfuerzo supremo del día de Australia.


Y desde entonces, desde ese feliz veinte de Junio de 1987, cada cuatro años he seguido, he disfrutado los mundiales de ese deporte (acaba de celebrase su séptima edición), y pensando, a la usanza de Woody Allen en aquella impagable escena de Mahanttan, en las que recita las cosas por las que merece la pena vivir, que en mi caso, ver ese torneo de rugby cada cuatro años, no deja de ser una fabulosa y festiva razón para seguir viviendo...

domingo, 16 de octubre de 2011

Milady´s TV

En Septiembre de 2007, escribí en este blog una entrada, Milady(s), en la que hacía referencia a las actrices-personajes que me fascinaban por su especial belleza o encanto. Aquella entrada resulto especialmente divertida por las diatribas que en los comentarios realizó mi buen amigo Pepe Cahiers, que antes de dedicarse al noble arte de editar su propio blog tenía como máxima afición la chanza y escarnio de este espacio, lo que realizaba de forma ingeniosa y casi surrealista, desde luego.

En aquellos días, solía utilizar como diseño una forma clásica en exceso para las entradas, con una solo foto central...y pare usted de contar. La verdad es que para una galería, ya sea de bellezas, o de cualquier otro tipo esa fórmula es manifiestamente mejorable, pero nunca me he planteado modificar esos antiguos artículos e insertar más imágenes, para dar el realce que hubieran merecido esas beldades.

Pues nada, queridos lectores, cuatro años después, una nueva galería de bellezas, de actrices-personajes, en este caso del mundo de la televisión, que espero sean de su agrado, ¡y a ver que dice cuatro años después el amigo Cahiers...!


A mediados de los ochenta, una de las series más populares de la sobremesa, Hotel, contaba con esta espectacular morena, Connie Selleca, en el papel de Christine Francis, elegante, impecable con su traje sastre, y mano derecha del director del Saint Gregory, Peter McDemornt-James Brolin.
Su personaje, que irradiaba simpatía, sentido común, y un atractivo indudable, fue en realidad la principal causa que no quedara dormido siguiendo unas historias que no me interesaban en demasía, todo hay que decir...

Más  series de mediodía. Y es que hubo una época, con sólo dos cadenas de TV, que el impacto de esas producciones y su seguimiento era masivo.Y el impacto de sus protagonista femeninas... también tenía su aquél. Mis hermanas no entendían mi fascinación por Laura Holt-Stphanie Zimbalist, y me repetían que esa chica no tenía demasiado gusto vistiendo...lo cual me traía sin cuidado, quedando prendado del garbo con que lucía los sombreros esa intrépida detective, propietaria de la agencia de detectives Remington Steele...y jefa directa de Pierce Brosnan.



Esta chica es adorable. Roz Doyle-Peri Gelpin es la productora del gran Frasier Crane, victima de las chanzas y burlas tanto de su jefe como de Niles por su liberada vida sexual,pero Roz puede ser, es dura, tierna, ocurrente, enamoradiza visceral... y una mujer de bandera.


Y seguimos con la serie Frasier, para reseñar a la dulce, excéntrica y divertida Daphne Moon-Jane Leeves. Fisioterapeuta y asistenta de la familia Crane, es el eterno objeto del deseo, y sueño nada oculto de Niles...y no resulta nada extraño, la verdad, a mi me pasaría igual (y más si estuviera casado con Maris).



La serie V obtuvo un enorme éxito desde su estreno, y casi, casi, un fenómeno sociológico...y una causa no menor sería la jefa de los alienígenas, la pérfida Diana (Jane Badler), que en aquellos años nos parecía el súmmum de la voluptuosidad más extrema...recuerdo que un compañero de Facultad, a quién Pepe Cahiers apodó con notable éxito El Albóndiga, se mostraba entusiasmado cada lunes en clase, cantando con vehemencia las bondades naturales de tan real moza...¡y la verdad es que la unanimidad en el aula 18 era absoluta!

domingo, 9 de octubre de 2011

El escarabajo de oro

Hace unas semanas, en uno de los blogs que suelo visitar, el interesantísimo A pink kink in your think, su autora reflexionaba (como siempre en formato bilingüe), sobre Carl G. Jung, el gran discípulo de Freud, y uno de los gigantes del pensamiento del siglo XX. 
Sin solución de continuidad, unos días después una buena amiga me contaba, como es posible encontrar extrañas sincronizaciones en la vida cotidiana, que pueden surgir, disfrazadas incluso, en subliminales mensajes...en una bolsita de te.
Todas esas señales, me hicieron recordar una vez más, el verano de 1984, el verano en que descubrí a Jung.
Aquella fue una época estupenda; yo disfrutaba de las Olimpiadas de 1984, de una selección española de baloncesto que lograba la medalla de plata, y sólo doblaba la rodilla de forma postrera ante una de los mejores escuadras Usa de todos los tiempos (Alvis Robertson, Michael Jordan, Chris Mullin, Sam Perkins y Pat Ewing); me prestaba a iniciar mis estudios de letras en la facultad, y en semanas vendría al mundo nada menos que mi hermana y futura violinista Capitán Araña...pues bien, en ese verano, una de las lecturas que me acompañaron fue El retorno de los brujos, de Louis Pauwels y Jacques Bergier.
Ese ensayo portentoso, total, maravillosamente escrito, que fue, sorprendentemente, un auténtico bestseller en la década de los sesenta, profundizó, amplió, matizó y puso orden en todo lo que era mi interés por lo misterioso.

En esas casi quinientas páginas descubrí personajes, paradigmas y figuras que me fascinaron ya de por vida: Fulcanelli, Teilhard de Chardin...y Carl Gustav Jung. El suizo, con sus geniales aportaciones sobre ese arcano misterioso llamado subconsciente colectivo y el fenómeno de las sincronizaciones, era para los autores franceses, el gozne, la llave maestra que podía explicar, además de revolucionar, nuestros conceptos de la Historia y el pensamiento.

Según Jung, acontecimientos independientes entre sí pueden tener relaciones sin causa y, no obstante, significativas a escala humana. Son las "coincidencias significativas", "signos" en los que Carl Gustav presiente un fenómeno de "sincronización" que revela lazos insólitos entre el hombre, el tiempo y el espacio, y que Claudel llamaba magnificamente "la fiesta de las casualidades".

Una enferma está tendida en el diván del psicoanalista Jung. Padece desórdenes nerviosos muy graves, pero el análisis no progresa. La paciente, encerrada en su espíritu realista hasta el extremo, aferrada a una especie de ultralógica resulta impenetrablea los argumentos del médico.

Una vez más, Jung ordena, aconseja, suplica:

-Abandónese, no trate de comprender, y cuénteme sencillamente sus sueños.
- He soñado con un escarabajo- responde por fin la dama, en un susurro. 
En el mismo momento, suenan unos golpecitos en el cristal. Jung abre la ventana, y entra en la estancia un hermoso escarabajo dorado, haciendo zumbar sus élitros. Impresionada, la paciente cede al fin, y puede comenzar el verdadero análisis, que proseguirá hasta la curación.

Jung citaba a menudo este suceso real que parece extraído de un cuento árabe. Y es que en la historia de un hombre, como en la Historia a secas existen muchos escarabajos de oro...  
                     (Louis Pauwels / Jacques Bergier. El retorno de los brujos)


sábado, 1 de octubre de 2011

Canciones de primavera (III)


La Vuelta 1981 se puede calificar de transición en muchos sentidos. Aún quedaban dos años para, tal y como se había comprometido TVE, se transmitieran en directo el final de las etapas, como ocurría desde hacía años con el Tour y el Giro. De ese modo, el programa resumen nocturno seguía siendo la referencia obligada.

Por razones que nunca han quedado demasiado claras, hubo una serie de desencuentros entre Unipublic y el equipo Teka, que culminaron con el anuncio del equipo cántabro de no participar en la ronda española, que se quedaba tristemente huérfana de la presencia de jóvenes figuras nacionales en ciernes, como Alberto Fernández o Marino Lejarreta, que incluso hubieran podido hacer sombra al italiano Giovanni Battaglin, que se postulaba como el hombre a batir ese año.

El transalpino dio todo un  recital, y aunque tanto como Pedro Muñoz (asturiano de enorme clase, que no tuvo la continuidad que se esperaba de él) o Vicente Belda, la pulga de Alicante, dieron batalla con enorme bravura, lo cierto es que en ningún momento estuvo en peligro la victoria del líder del Inoxpran, que además logro ese año la gesta de conquistar la maglia rossa del Giro.

La melodía elegida para ese año fue  el extraordinario Don´t stop the music, del dúo texano Yarbroug & Peoples, una fabulosa muestra de rhythm and blues, pero que, sorprendentemente, no tuvo el éxito de sus predecesoras.
Algo que casaba muy bien con esta edición de entretiempo y es que, en cierta medida, esta Vuelta´81 estaba a medio camino, a caballo entre lo viejo y lo nuevo, entre una generación que ya lo había dado todo, y una nueva a la que le faltaba todavía un pequeño hervor. 
Estaban a punto de eclosionar una pléyade de figuras que marcarían un antes y después en este deporte, y que nos iban a regalar momentos sublimes, donde las canciones de primavera se prestaban a vivir, quizás, sus mejores años...


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