A mediados de los años ochenta empezó a emitirse por TVE, los sábados por la tarde, un excelente programa deportivo llamado Estadio 2, presentado por Olga Viza, que básicamente alternaba reportajes con transmisiones polideportivas del fin de semana.
De ese modo, en el invierno de 1987, una de las secciones estrellas fue el Torneo V Naciones de rugby, un deporte del que lo desconocía todo, y dicho sea de paso, no me atraía en absoluto; pero me imagino que dada la hora de emisión, y que no me interesaría la película que a esa hora habría por el primer canal...pues empecé a seguir el torneo de ese año. Y la verdad es que quedé fascinado de ese juego, de sus reglas, como el hecho de que sólo esté permitido el pase hacia atrás (algo que sobrevive de forma tangencial en el fútbol con la norma del fuera de juego) y la nobleza y mística que transmitía ese juego...y de la liturgia que rezumaba desde que los equipos saltaban al campo. Era, es, emotivo, espectacular, la interpretación de los himnos, ver a fornidos galeses llorar lágrimas como puños mientras sonaban los acordes del Tierra de mis mayores, o altivos ingleses entonar su Dios salve a la Reina...
Ese año vi todos los partidos que emitieron, y quedé enamorado de la selección francesa, que ganó todos los encuentros del torneo, con una escuadra que practicaba lo que se llamaba el rugby champagne, con juego a la mano, mucho pase, plasticidad...muy alejado del juego al choque de los ingleses...sólo la magia galesa era capaz de hacerles frente, y es que ese equipo galo era una maravilla...Serge Blanco, Phillip Sella, Patrice Lagisquet, Didier Camberabero...era todo un ballet, una coreografía, de pases, con un balón oval que se movía con una precisión, con una belleza fuera de lo común...
Al finalizar los partidos, los dos equipos se abrazaban, se felicitaban, incluso el perdedor hacía pasillo al victorioso...nadie protestaba al arbitro...si alguno se desmandaba, el referee los llamaba a capítulo, y se daban la mano, con nobleza, con caballerosidad..la esencia del fair play, que tanto se añora en el balompié.
Terminó ese V Naciones, y comentaron en las transmisiones que en los meses de Mayo y Junio se disputaría en Australia y Nueva Zelanda el primer campeonato del mundo...¿Nueva Zelanda?, ¿Australia? había oído hablar de los All Blacks, pero yo los tomaba como unos Globertrotters o similar, algo de exhibición más que otra cosa... en unos meses, las potencias del sur,(Sudáfrica estaba sancionada por el apartheid) esperaban a los del norte...
Entonces me topé de bruces con la realidad. Una tarde, volviendo de clase, a la altura de la calle Obispo Hurtado, me detuve ante el escaparate de un establecimiento de electrodomésticos, y en uno de los televisores conectado al satélite, se veía un partido de rugby. Me fijé, y era Twickenham, la meca de los ingleses, del XV de la Rosa...estaban de gira los neozelandeses, los All Blacks, y cuando miré el marcador quedé absorto y estupefacto...los del sur, los de las antípodas, ganaban por 0-21 o algo así, aquello era una marea negra, un vendaval de velocidad, de fuerza y empuje. Ese equipo movía el balón con la elegancia francesa, eran más fuertes que los ingleses, y corrían como atletas del hectómetro.
Dadas las diferencias horarias, y que el Estadio 2 era semanal, la cobertura de aquel primer Mundial consistía en ofrecer cada sábado en diferido el encuentro más atractivo de la jornada, y un resumen de lo más importante que había ocurrido en esos días.
Ya desde el primer momento todas las apuestas hablaban, y no paraban, de un final oceánica, entre los dos anfitriones, quedando las opciones europeas relegadas a la medalla de bronce...
De ese modo, cada semana, cada sábado a las cuatro de la tarde disfrutaba de un sensacional partido, y de las mejores imágenes del resto...Australia y Nueva Zelanda, All Blacks y Wallabies se enseñoreaban, aplastaban a sus rivales, ya fueran Inglaterra, Escocia o Irlanda, y las semifinales ya estaban servidas, como trámite obligado para que los dos de las antípodas se disputaran el cetro, el domino planetario del balón oval.
Australia-Francia y Nueva Zelanda-Gales, así había quedado el cuadro, así habían quedado las semifinales, y un sábado 13 de Junio de 1987, Olga Viza abría Estadio 2, más o menos de esta manera:

Olga Viza no había exagerado. Los franceses, los del gallo, que habían sufrido una salida en tromba de los wallabies, con un 9-0 en los primeros minutos, y ya sólo un 15-12 al descanso, descorcharon la mejor muestra de su rugby champagne, moviendo el balón, circulando el oval, superando en juego la fuerza y empuje de los australianos, que pese a todo, y merced al acierto de ese pateador prodigioso que era Michael Lynagh, ganaban 24-23, a falta de sólo cuatro minutos, y además con la ventaja de una touch, ya en la linea de veintidós gala...lo que ocurrió a partir de ese saque fue la espuma más brillante, los minutos más gloriosos de aquella generación de ensueño...Sella, Camberabero, Lagisquet...se hicieron con el balón...movieron, pasaron, corrieron...y Serge Blanco hizo un ensayo que aun se recuerda...transformación posterior de Camberabero, y 24-30 postrero para los azules, que se colaban en la final, ante la desolación de los de oro y verde.
En la otra semifinal los All Blacks aplastaron a los heróicos galeses, por un 49-6 que lo decía ya todo...en una semana, la gran final Nueva Zelanda-Francia.
Un sábado después, me acomodé ante el televisor, de nuevo a las cuatro de la tarde, pensando que aquellos exquisitos bleu, podrían darles un susto a los anfitriones...pero esta vez no hubo margen a la sorpresa, y desde la haka, desde la danza guerrera con que los de negro inician su ritual, desplegaron su juego vertical, veloz, relampagueante, a la mano también, superando por 29-9 a unos europeos, que todo hay que decirlo, estaban agotados tras el esfuerzo supremo del día de Australia.

Y desde entonces, desde ese feliz veinte de Junio de 1987, cada cuatro años he seguido, he disfrutado los mundiales de ese deporte (acaba de celebrase su séptima edición), y pensando, a la usanza de Woody Allen en aquella impagable escena de Mahanttan, en las que recita las cosas por las que merece la pena vivir, que en mi caso, ver ese torneo de rugby cada cuatro años, no deja de ser una fabulosa y festiva razón para seguir viviendo...